Octubre 20, 2017.
La pureza del idioma es un mito
Raúl
Guerrero
Nuevo Herald
¿Son
España, América Latina y Estados Unidos español-hablante, parafraseando a Oscar
Wilde, mundos separados por un mismo idioma? O, puesto de distinta manera: ¿Quién
habla el español más puro? La respuesta estaría en la historia.
Despunta la era moderna
Conquistadores
romanos impusieron el latín en Iberia. No era un idioma monolítico: nada que
ver el latín de los poetas y grandes oradores con el lenguaje del vulgo—sector
llano (no confundirlo con el vulgar actual,
sinónimo de ostentación). Restringido geográficamente, el latín vulgar
incorporó elementos de los lenguajes ibérico, vasco, celta y cartaginense.
Términos pre-romanos aún vigentes incluyen alud,
jarro, arroyo, izquierda y perro.
El colapso del Imperio romano, por los años 400, infundió al latín el arsenal
léxico de los visigodos. Herencia del alemán antiguo son bala, bloquear, burgués, guerra, marchar y oeste. Entonces llegaron del norte de
África grupos islámicos árabe-hablantes, los moros. Una fuerza militar y
tecnológica avanzada, los moros replegaron a los cristianos a las montañas de
Asturias. Del árabe heredamos alcohol,
algebra (por siglos asociada a la
ciencia de unir huesos fracturados), alcalde,
alquimia, tarifa y zenit. A través
de los moros obtuvimos el cero proveniente
de la India.
Los siglos subsiguientes vieron la respuesta militar y lingüística de los
cristianos. La protección de los territorios que iban reconquistando exigió la
construcción de fortalezas o castillos. El topónimo Castilla vino de manera natural, significa tierra de castillos. Y el latín vulgar se convirtió en el idioma castellano.
Hispania había cedido a España. Pero español, para denotar lo
pertinente a España, incluso la nacionalidad, es un préstamo lingüístico del
provenzal. El castellano tenía la palabra españón.
Por el siglo 11, los castellanos se enamoraron de ese espaignol de los trovadores provenzales.
El Rey Alfonso el Sabio, en el siglo 13, decretó el castellano idioma oficial
del Estado. Redactó en castellano sus Crónica
de España y Crónica general del mundo,
y el gran código jurídico Las Siete
Partidas. Los traductores judíos de Toledo tradujeron al castellano los
tratados científicos árabes. El idioma de Castilla se elevó a un plano
literario.
Oficializar
un idioma no es normalizarlo. La primera gramática del castellano no llegaría
hasta el célebre 1492, año que Colón zarpa a descubrir una nueva ruta a Oriente.
El lingüista de la Universidad de Salamanca Antonio de Nebrija presentó a la
Reina Isabel Gramática de la lengua castellana,
la primera gramática de un idioma moderno. La Reina católica se tornó al
confesor y con disimulo preguntó qué aportaba tal obra si ella ya sabía la
lengua vulgar. El confesor respondió que ninguna arma sería de mayor utilidad: ¡Señora,
la lengua es instrumento vital de un Imperio en expansión!
El castellano atravesó el Mar Océano junto a la cruz y la espada. Pronto se
enriqueció con las palabras tomate, chocolate, aguacate, cacahuate y maíz.
Como los americanos carecían de inmunidades para las enfermedades del Viejo
Mundo, comunidades enteras quedaron extintas. Fue necesario importar mano de
obra. La bonanza de la horrenda trata de esclavos inyectó al castellano palabras
de gran musicalidad, samba, mambo, tango, marimba, congas y timbal.
El Renacimiento y la Ilustración pusieron de moda el italiano y el francés. El
castellano le debe al francés, buró, elite, emprendedor y perfume. Al
italiano batallón, ópera, espagueti y etcétera. El
siglo 20 estadounidense engrosó los diccionarios con terminología científica y técnica, automóvil, penicilina, radio, televisión, aeropuerto, Internet y sexting.
Los idiomas necesitan de otros idiomas para crecer y sobrevivir. Decía Carlos
Fuentes que el momento que un idioma deja de contaminarse comienza a morir.
La pregunta original
¿Y la pregonada superioridad del español de Valladolid o Colombia? Hace algunos
años, al presentar una nueva gramática, un esfuerzo colaborativo de todos los
países español-hablantes, Manuel Blecua, filólogo y miembro de la Real Academia
de la Lengua, descartó cualquier tipo de superioridad: “Ningún idioma es mejor
que el próximo. En ningún lugar se habla el mejor español”. El escritor Gabriel
García Márquez, premio Nobel de Literatura, coincidió: “No puedo decir donde se
habla el mejor español porque hay muchas variedades.” Insistieron los
periodistas hasta que un Gabo contundente zanjó la discusión: “No puedo decir
donde se habla el mejor español, pero sí afirmar que el peor español se habla
aquí en España.”